En una comunidad de la Chinantla existe un árbol llamado majé en chinanteco, o jonote en español. De su corteza se extrae una fibra que antes de la llegada del plástico se utilizaba para hacer bolsas destinadas a cargar cosechas de calabaza y maíz.
Esta es la historia de una fibra y de su aparición en mi vida, de cómo en el proceso de aprender sobre ella se fueron hilando historias de agricultura y programas de campo, de siembra de café y cosecha de lluvia, y de amistad con la familia de quien sería mi maestro, el señor Eligio.
En las hebras del hilo veo memorias sobre la expropiación de tierras por la construcción de megaproyectos, de pasados de haciendas tabacaleras y reflexiones en torno a lo que significa trabajar y aprender desde un territorio nuevo. De cómo ser cuidadoso y honesto con las contradicciones que habitan en las dinámicas del arte contemporáneo y en su extractivismo simbólico, de navegar las trampas del ego y de la posibilidad de afirmar que no existen las exposiciones individuales, pues como en la vida misma, los cuidados se sostienen por un montón de amigues, árboles, animales y microorganismos que nos acompañan en distintas dimensiones.
Diario/Bitácora de investigación
Durante mi estancia en Cerro Mirador mantuve un diario donde depositaba mis sueños, cuándo y cómo comenzaba o dejaba de llover, y una serie de apuntes vinculados a la fibra del árbol del jonote. En la escritura se fueron apareciendo semillas, recetas, metodologías de siembra, especies, nombres nuevos de árboles y múltiples vínculos que iban tejiendo historias que al principio no había notado o pensé que pudieran aparecer.
Este es mi intento de ser honesto con cómo fueron sucediendo las cosas a lo largo del tiempo. Al principio me aterraba mucho la idea de hacer un extractivismo en un territorio que me era nuevo, donde yo era un desconocido que un día llego con una curiosidad por un árbol. Se me ocurrió que la mejor manera de no serlo era ser honesto y compartir todo, tal cual pasó, con sus contradicciones, errores, fallas y encuentros.
En un fragmento del diario escribo: “Espero que mis palabras reflejen mis acciones”, y en otra parte, “espero estar a la altura de mis promesas”. Sabiendo que el miedo inmoviliza, y que más que hablar hay que hacer las cosas, “trabajar pues”, aquí va un recuento de lo que pasó estos últimos meses.
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