Manuela García
Duplicar la incertidumbre
Un espacio no existe sino a partir de los vínculos que establecemos con él. Su forma depende, no de elementos materiales “dados”, verídicos e irrefutables. No nos dejemos engañar. Todo cuanto nos rodea, incluso estos muros, esta escalera, estas columnas no son más que nuestros cuerpos en relación a ellos, cómo delimitan nuestras expectativas y lentamente van dando cabida a nuestras ilusiones. Son un acontecer, algo que ocurre entre ellxs y nosotrxs, entre el deseo y la incertidumbre.
Más que una existencia innegable, los espacios son una pregunta suspendida; preguntas potenciales escritas en sus códigos estructurales, porque son ellos los que nos hablan de fuerza, sostén, tensión y resistencia ¿Cómo entran cada uno de nuestros cuerpos en relación con los elementos que sostienen y delimitan un espacio?
Manuela García (México, 1982) es una artista que ha dedicado su trabajo a relativizar la percepción que tenemos de los espacios físicos que nos rodean, interrogando sus poderes. Es decir lo que ellos producen en los cuerpos, y más aún, lo que nuestros cuerpos pueden hacer con ellos. Los ha suavizado, tensado, ha desviado sus usos concediéndoles nuevas realidades. Abre, cierra, tensa, distorsiona, sostiene con sus fuerzas autónomas, extiende, prolonga su existencia por otras vías, revela su vida secreta y múltiple, su capacidad de cuestionar lo que entendemos por realidad y por estar parados en suelo firme.
En un mundo como el nuestro en el que necesitamos interrogar las estructuras vigentes, al tiempo de preguntarnos cuáles serán las nuevas e impostergables formas que nos sostendrán, su trabajo conlleva implicaciones vitales y políticas ¿Cómo hemos de relacionarnos con la incertidumbre cuando nuestras certezas entran en crisis? ¿Qué podemos aprender de los momentos de vulnerabilidad, del instante donde todo se ladea, se vuelve oblicuo, tiembla, se desdice? ¿Qué hacer con nuestra humana precariedad?
En esta ocasión, las intervenciones de Manuela García en la galería del primer piso de N.A.S.A.L. manifiestan una serie de interrogantes al espacio a partir de obras que se encuentran en los límites del dibujo, la escultura y la arquitectura y que ofrecen otras perspectivas del lugar. Más allá de las preconcepciones que podamos tener sobre el sitio, convierte su interior en un laboratorio de las potencias del espacio.
El conjunto de gestos parece afirmar que para transformar una estructura - cualquiera, en general y esta galería en particular- es preciso alterar algunos de sus elementos claves: una columna, la escalera, las ventanas y los muros. Componentes que fueron modificados por la artista, a partir de estallar sus límites o duplicar su funcionamiento. Así ha propuesto que acontezcan de otra manera y ha desviado aquello que ponderaba su singularidad.
“Duplicar no es repetir”, nos recuerda el filósofo francés Clement Rossetl para quien un doble no duplica lo real sino su acontecer. Lo que sucede aquí, ¿es posible duplicarlo allá? Con preguntas como esta, lo que genera el fenómeno de la duplicación es que por primera vez aprendemos a ver su referente. Duplicar se vuelve una manera de poner en crisis lo que entendemos por realidad y de desviar el principio de verdad que han ganado ciertas cosas. En diálogo con estas ideas, Manuela García ha duplicado de diversas formas lo que ocurre con los elementos arquitectónicos primordiales de la galería.
Una capa de lana afanosamente tejida a mano cubre la columna que sostiene el peso estructural de la sala. El punto más fuerte es suavizado y abrazado por una superficie que oculta su rigidez y, a la vez, la vuelve visible de un modo inusitado. Esta construcción blanda a su alrededor, quizás lleva a preguntarnos sobre ella: ¿Le incomoda su destino de retícula eterna, de sacrificado atlante, su lugar fijo en el tiempo? ¿Quiere flaquear, desplomarse, gritar, dejar de ser? ¿Volverse otra cosa?
Luego construye un doble de la escalera en la sección central del espacio y la ubica en diagonal, siendo continuidad, ruptura y reflejo sospechoso del referente, permitiéndonos subir la construcción “como si fuese sólida” -diría Chico Buarque– y observar desde otro ángulo el espacio, para sólo estar en ese punto sin pretender llegar a otro fin. Por su parte, los muros encuentran su doble en piezas que viven de su fuerza, su tensión y sus dimensiones, como en la pieza titulada Superficie. La ventana se vuelve un pasaje que comunica el interior con el exterior de la galería con un mecanismo que nos reconecta con las necesidades vitales del afuera. Así se traza el espacio a partir de una constelación de dobles que se camuflan en la arquitectura y nos hace verla por primera vez.
Al final, una serie de 10 cuadros generan otro doblez en la muestra. Esta vez recogen tras la niebla de la cera, un alfabeto monocromático de gestos lineales nunca rectos que registran la imaginación espacial de la artista. Cada uno ofrece caminos distintos a algunas preguntas principales de su trabajo: ¿Cómo suavizar las estructuras? ¿Cómo repensar otra forma de habitar en ellas? Las líneas trazadas a mano alzada, por naturaleza irregulares e inestables, se debaten con las convenciones del soporte pictórico. Pero esos códigos no se ofrecen de inmediato en la superficie, sino penetrando la superficie hacia el fondo. Hay que ir a buscarlos. La mirada debe entrar en la turbia visión que generan las obras, para encontrar quizás sólo el camino, descubrir un estar plenamente en un sitio, sin perseguir un fin predeterminado.
Cada una de las obras son dobles que traen simultáneamente la fuerza y la fragilidad que hacen que misteriosamente todo siga en pie. En conjunto proponen el reconocimiento de esa incertidumbre como una forma de esperanza, donde en lugar de combatirla a toda costa, se sugiere que es inseparable de la fuerza, de los procesos de renovación y resistencia.
por Roselin Rodríguez Espinosa