Todo está dispuesto para hablar de la propuesta que nos ofrrece Ruth Cruz: una vela, un vaso de agua perfumada con jazmines, la fotografía de los ancestros espíritus luminosos y los cuarzos rosados para atraer buenas vibraciones, la confianza y la empatía. Estos objetos diversos en cualidades y materias son mediadores entre mí y eso intangible, irrepresentable. La intuición me indica que su presencia, su materialidad y ciertas disposiciones espaciales de los mismos tienen un efecto sobre mis sensaciones. Hacerlo me provoca un raro entusiasmo que impulsa a mis dedos a cifrar con palabras el sentimiento que me mueve.
Hay muchas formas (metodologías) para invocar-evocar. Son formas moldeadas por la experiencia familiar, la religiosidad que profesamos o la cultura a la que pertenecemos. También se deslizan en estas operaciones ciertas circustancias: la manera en la que mostramos nuestros afectos, la frustración de caros ideales, la pérdida de un ser querido, el abandono, la ausencia. Se trata de traumas con los que forcejeamos para sobrellevar su impacto. Ellos ponen a prueba nuestras limitaciones receptivas y nuestra resiliencia.
Imagino a la Ruth creativa e inquieta reunida con sus hermanas procesando los dogmas de su iglesia a la que estiman y respetan. Pero es esa misma fe la que les conflictúa y contradice sus deseos y entendimientos del mundo. Hay mucha sabiduría entreverada en las doctrinas heredadas, textos sagrados que guardan toda la experiencia del mundo para un momento histórico, pero se readaptan y reescriben desde subjetividades temporalmente distantes, precisamente, por su retórica críptica presta a la exégesis y al procesamiento anagógico.
“De mí a todos” dice Ruth cuando recuerda su rol de vocera en el rito religioso. Hay que estar informado, indagar en los modos de hacer plausible el verbo, de comunicar y sensibilizar a quien recibe las enseñanzas para facilitarles el estado de trascendencia que requiere el paso del sentir ordinario al plano de lo irrepresentable que traspasa nuestras limitaciones sensoriales. El saber es soporte y alimento para nuevas lecturas.
“Hay que llenar de información al espíritu que nos guía”, comenta Ruth, su inquietud rebasa la fe. La habitan antagonismos que atraviesan nuestra civilización pactada para instituir identidades fijas, para crear taxonomías y evadir la incertidumbre. La especulación, las retóricas seudociéntíficas, los saberes esotéricos y todo el acervo paralógico acumulado en las mentes que procesaron los impulsos negativos de la modernidad, son sus aliados.
“Voy a informar de tu presencia”, Ruth se refiere a la función de su oratoria en el contexto religioso, a su cometido para enunciar lo que sobrepasa al discurso, pero eso nos hace comprensible el modo en el que su educación y experiencia influyen en la cualidad de su propuesta artística. La indecibilidad se puede expresar con el rodeo, la analogía, la metáfora. Todas son formas de aludir que reposan en el grosor sensible de aquello en lo que encarnan, en lo pregnante de su materialidad y en la manera en el que algo está ahí como potencia imaginante.
Aparecen también los recuerdos. La imaginación provee a la memoria errática de un poder singular de sugerencia. Los pliegues más íntimos del recuerdo pueden compartirse mediante apropiaciones activas de quienes los reciben. Fomentar la escucha y crear condiciones de participación, ya sea por la vaguedad de lo expuesto o por crear condiciones para la intervención directa, permiten empujar las puertas herrumbrosas de nuestra percepción.
Un velo muy fino, un espacio liminal, un “entre”, son palabras que afloran en nuestras conversaciones. Hay una referencia constante a la ausencia de límites, a la fuga de los compartimentos en los que nuestra percepción ordinaria se organiza. La imaginación juega aquí un rol fundamental. Todo está ahí para que el espíritu hable por “mis” manifestaciones – parafraseo los sentidos que Ruth me trasmite -, para que seleccione y organice la posibilidad, para que esta fluya como umbral de otras agencias y apropiaciones.
Ruth apela a materiales y dispositivos que transfieren energía, producen luz, sonido o aprovechan circuitos donde las imágenes se superponen, se transforman mediante ciertas operaciones o se temporalizan. Crear combinaciones paradójicas o disposiciones inusuales, otorga un sesgo enigmático a la experiencia. Muchas de sus obras son mediadoras de estímulos polisensoriales, tienden puentes entre planos diversos, son evasivas y producen extrañeza. Percibimos que detrás hay alguna anécdota, algún acontecimiento o añoranza, pero no es necesario contarlas. Se resisten al discurso. Pertenecen al terreno de lo que llamamos corazonada o quizás intuición.
Cerrar los ojos y activar las “tres escuchas”, es un requerimiento que propone para ver Ulf. En el video no hay historia, pero sí un personaje ausente. El hundimiento, relato de Juan Rodolfo Wilcock, sirve de pretexto al experimento, pero no es necesario saberlo. Un paisaje sonoro previamente elaborado encuentra su imagen, una vaga sensación de desplazamientos donde el cuerpo hace presencia en la posición de quien escucha y la ambigüedad se impone.
La ansiedad de saltar las barreras que limitan nuestros sentidos ha permeado a las ciencias y nutrido a diversos misticismos anidando en todas las formas en las que la fantasía halla dominio. Mentes prodigiosas y sensibilidades aguzadas han concebido maneras de experimentar ese más allá como posibilidad, proveyéndonos de accesos verosímiles a lo que está vedado a nuestra contingente condición de humanos.
La cuarta dimensión se alcanza cuando se recorre el camino de toda la tierra.
Lupe Álvarez
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