Al primer golpe de vista, la sensación
de que las obras presentadas en
esta muestra han sido esbozadas sin empeño, fabricadas al apuro, sin las suficientes ganas que “las pinturas de bien” demandan, puede ser predecible. Pero una segunda mirada revela que estas piezas se esfuerzan en dar la impresión de quedarse a medias, al 75%, con un rating de “4 estrellas”, como si no quisieran entregarse pulidas y acabadas al espectador, complacientemente, sino afirmarse en una situación confusa, en ciernes, en el umbral de las cosas que podemos interpretar de la manera más especulativa. Aunque esta propuesta tiene como antecedente los gestos
de rebeldía de la bad painting y la deformación de la forma humana propia de la neofiguración, lo que caracteriza
la obra de Sebastián Florido es la despreocupación recursiva: una actitud ante la realidad que se opone a la glorificación del esfuerzo sin límites, a la idea de que el mundo cabe en su imagen mejor construida, más lograda, al 100%, “cinco estrellas”.
Despreocupación que no es, en ningún momento, desinterés o apatía, sino lo contrario, una conexión significativa con los eventos fortuitos que abundan en la cotidianidad de un lugar muy concreto: Ayampe. Este sitio, ubicado en el borde costero de la provincia de Manabí, posee un ecosistema conformado por un bosque húmedo, un río del mismo nombre y un entorno marítimo en el que se encuentra un arrecife rocoso en el Islote de los Ahorcados, reconocido como uno de los mejores lugares para practicar surf en el Ecuador.
Aunque se conservan formas de vida propias de un pueblo pesquero, Ayampe no escapa de los problemas sociales, políticos y económicos de esta región, ni de las desigualdades o inequidades de
un país colmado de contradicciones. El artista ha decidido establecerse allí desde hace varios años, forjando un vínculo con el mar dentro de las vicisitudes del vivir en una comuna.
Más que un espacio en donde residir,
un entorno natural que representar, un paisaje cultural del cual extraer motivos
y “señas particulares” para pintar, o un lugar desde donde enunciarse como artista, Ayampe emerge en el trabajo
de Florido como una situación en la que convergen múltiples formas culturales que se encuentran y se afectan en
la contingencia que representa cada momento de la vida. Por ello, los elementos visuales que aparecen en sus obras se articulan por medio del contraste simbólico, una aparente desconexión semántica, diferentes tipos de signos
en un mismo plano de representación o cambios abruptos de perspectiva, que dan la idea de un mundo de cuerpos flotantes cuya relación entre sí se revela como un enigma, algo sobre lo cual el espectador puede elucubrar libremente.
Sin querer agradar, convencer o cuestionar... la pintura de Florido parece surfear en fragmentos de realidad que se rompen en las orillas de la verosimilitud. Así se construyen narraciones cuyos personajes, escenarios y objetos
chocan entre sí como un aguaje de significantes provenientes de una observación desinteresada del día a
día, de ideas místicas y filosóficas o de actos espontáneos de experimentación visual. Las obras son fruto de un proceso muy intuitivo y sensible; manifiestan la búsqueda de una pintura con carácter, capaz de representar la importancia que el arte tiene en su vida.
La curaduría intenta sintonizar con un estado de ánimo más que desplegar una lógica meramente conceptual
en la selección de obras. Tuve esa determinación al observar estas pinturas sin la mediación del registro fotográfico, sin la recreación en 3D que elaboré para ensayar el montaje en la galería, sin los apuntes escritos en conversaciones previas con el artista, es decir, cuando tuve la oportunidad de un “slow dance” con ellas, cuerpo a cuerpo, durante el juego de sensaciones y significados que antecede una decisión curatorial. En
un tiempo en el que sobreabundan las experiencias virtuales, la presencialidad del arte representa hoy un privilegio.
Ana Rosa Valdez Curadora
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