El 8 de mayo de 1923 sonaba la impudente voz de Celia Montalván en
la radio interpretando el éxito La Borrachita, de Tata Nacho. Se trata del
estreno de la radio mexicana a cargo de El Universal Ilustrado Casa del
Radio para el cual se contó con discursos de su fundador Raúl Azcárraga
Vidaurreta y del director del diario, Carlos Noriega Hope y un concierto
desde los estudios de la estación en Avenida Juárez 62 con estrellas como
Manuel M. Ponce y la mismísima Montalván.
La modernidad mexicana se ve, se siente y está presente en las insólitas
novedades tecnológicas condenadas a ser perpetuamente futuristas
pero también en el relajo que la posrevolución acarreó en el que la moral,
la decencia y la norma se fueron de pachanga para darle la bienvenida
-abriendo las dos puertas de una cantina- a la desfachatez.
Esa virtud mexicana que lo mismo faculta al líder sindical para enriquecerse
de manera insospechada que cristaliza la posibilidad del amour fou en un
país que hace todo por desembarazarse del antiguo régimen y sus buenas
costumbres.
Ese día no solo se inauguró la radio mexicana sino que Manuel Maples
Arce leyó su poema TSH dedicado a la radio con un estridente azoro de
que en diferentes ciudades como Monterrey, Guadalajara y Veracruz se
pudiera escuchar perfectamente, gracias a la Telegrafía Sin Hilos, lo que se
hablaba y cantaba en el estudio -ubicado en el predio que años después
albergaría el Cine Alameda.
Las preocupaciones sobre la modernidad mexicana de Rivera están
contenidas en su curaduría tentacular que alcanza el abuso de la minería
en el volcán Popocatépetl en el siglo XIX… las políticas turísticas de
1970 (¡México Mágico!)… los jardines radioactivos que en 1950 llegaron
de Estados Unidos para lavar conciencias sobre el uso bueno que
la radioactividad podía tener tras la lección de Hiroshima… el genio
arquitectónico al servicio de un estado revolucionario institucional…
la problematización de los magueyes como elemento paisajístico
nacionalista que de apacibles en la pintura decimonónica devienen
guerreros combativos… actos masivos en el chilanguísimo estadio
Azteca en el que íconos de la cultura nacional, que la modernidad trepó
en pedestales del museo de lo mexicano, aparecen reproducidas en las
gradas por gracia de la colectividad coordinada… acciones de trazo que
comparten trabajadores de la construcción y artistas pintores… la ciencia
ficción nacional encarnada en utilería escultórica… la instauración de la
educación socialista en México, la maquila de auto partes en el Tijuana
de 1990 y sus repercusiones en la vida social, familiar, de las mujeres y
de la política del norte del país… la venganza de Los Pinos por traición
de uno de los representantes sindicales petroleros más importantes del
siglo XX… los uniformes de trabajo para el control del capataz desde el
panóptico o las esculturas modernas de un artista
contemporáneo.
Rivera nos recuerda que sin lo avant garde, lo monumental y lo fallido
de la modernidad mexicana no se entiende el guacamoleo del siglo XX
que ahora miramos con fascinación desde el inaudito siglo XXI.
- Aldo Sánchez Ramírez
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