Despego mis párpados, ajusto mi mirada y miro de un lado y del otro. Me reincorporo con el olor a humo, ceniza y sudor. Justo detrás de mis ojos y en la sien siento el dolor y la ausencia del festejo. Extrañamente la fiesta continúa ahí, pero está rota.
La vida tiene una vocación de exhaustividad. Todo apunta a la caducidad, a la muerte, al polvo y al humo. Este pequeño recorrido es un marcador de tiempo, pero también una búsqueda de plasticidad en lo olvidado, en lo profano y en lo breve. Es el después del encanto
y el brillo. Es un juego con lo que desborda a la fiesta.
Me pregunto ¿cómo se constituyen los archivos del mundo? El archivo parece ser la muerte de la fiesta. ¿Qué ocurre si hacemos de esos restos el evento de inauguración, la muestra de arte, la fiesta en si misma?