La sala expositiva se disuelve en una cotidianidad fantasmal e inquietante. Surge una casa,
que no es una casa, con una aparente sala, un espacio liminal que no es lo que pretende.
Segmentos de cortina cubren la pared, rastros de haber sido habitada, ambigüedades que
nos descolocan y a la vez nos hacen cómplices de la curiosidad que alimenta el mito. Entre
las telas vemos aparecer las pinturas del artista como testigos, se aprecian también como
alguna suerte de archivo sobre una pared del color de la sangre seca- una escena de
violencias intangibles: aquí hubo un saqueo o pudo haber muerto alguien, aquí desapareció
una persona luego de un destello enceguecedor, aquí bajo la luna llena se revelaron las
profundidades del espíritu para luego dispersarse como migajas. Así, "Visiones de un pueblo
fantasma" se inspira en los cuentos que rodean a la casa principal del extinto ingenio La
Matilde en la parroquia Chobo, Milagro, considerado el primer ingenio azucarero de la
provincia del Guayas, documentando la imaginación social del pueblo de orígen del artista.
Guizado plantea escenas cercanas y extrañas a la vez, en donde se negocian nuestros
asombros, afectos y temores. Los mobiliarios se han impregnado de historias para ser
repositorios de nuevas imágenes, se desdibuja la línea entre sujeto y objeto, sólo quedan
narrativas que persisten casi por selección natural. Una evolución inmaterial,
decorporeizada, con guiños Sintoístas de un animismo latente. En el sentido más abstracto,
Guizado observa contenedores simbólicos cuya ausencia hace gravitar la memoria y la
imaginación. Espacios de un magnetismo espectral- espectral en dos sentidos; el primero el
del espectro o la aparición, y el segundo como los rangos posibles de la percepción (ej: el
espectro de la luz visible). Guizado transmuta a través de un estudio antropológico las
ficciones locales que envuelven a una comunidad; la dimensión colectiva de los relatos
heredados, y su potencial como experiencia más allá de la facticidad. Ahí el artista se
sumerge, sin pretender enunciar verdades sino por el contrario, abrazando la ficción como
el estado primigenio de la realidad. O dos caras de la misma moneda.
Cruzando este umbral el aire se hace sangre, fluye por corrientes de hilos rojos,
Subiendo las escaleras,
Hasta la temple, hasta la glándula pineal,
Un instante dorado que transmuta
La sombra de todo lo vivido
En un soplo rural
Que desdobla la vida
Al centro de la habitación vacía
Hierve la atmósfera,
Hierve el sudor de las almas acumuladas.
La madera y celosías
Se comieron los cuerpos,
Y se hicieron cuerpos propios
Para habitar la memoria
Del espacio encarnado
Y de su insondable hondura
Todo lo que hoy existe vino de afuera;
Más allá del deseo o el destino,
De ahí también vinieron los delirios
En este presente compartido.
Primero llegó la luz del juicio
Luego, la realización de la voluntad.
Después, un intento de escape,
La claustrofobia de ser uno mismo.
Finalmente, quedó destilada la sustancia que conforma a todas las cosas
Ahí en un charco bajo el lavadero,
Junto a un par botas y guantes gastados que no necesitan de manos para acariciarse
O servirse de beber
Años después, fermentándose entre sueños,
Las dulces esporas del lenguaje se posaron sobre todo lo que sobraba;
Los alcoholes de la palabra que embriagan la materia y la vuelven otra,
Y otra, y así sucesivamente.
Se constelaron las grietas en arterias y racimos,
Y aquellos testigos del florecimiento perpétuo de la mente,
Nos revelan únicamente lo necesario.
Luis Enrique Zela-Koort
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